15 de julio de 2010

Pararse a pensar

Por: Álvaro Iniesta

Joseph Wresinski nos enseñó que la familia es “en el mundo entero, el último refugio de los más pobres. Cuando la pierden, pierden lo que les queda de identidad, de justificación de su existencia, de razón para vivir y quizá, en algunos momentos, para esperar. Por eso Eugen nos recuerda por el Día internacional de la familia la importancia de “Crear lazos para que la miseria no separe nunca más los hijos y los padres”:

El 12 de enero pasado, desde los primeros minutos que siguieron el temblor de tierra en Haití, todos los padres fueron corriendo a las escuelas, orfelinatos, a la casa de los vecinos para buscar a sus hijos, esperando encontrarles con vida. En los orfelinatos, durante días y noches, la mayoría de las madres se quedaron para ayudar en lo que pudieran, incapaces de alejarse de sus hijos, cuidando de ellos.

Como en Haití, tantas madres y padres por todo el mundo no se resignan y buscan mantener, cueste lo que cueste los vínculos con sus hijos separados de ellos por la miseria.
¿Cuántos padres en todo el mundo han tenido que confiar a sus hijos a guarderías, orfelinatos, hogares, familias de acogida, para protegerles de una vida de privaciones y de angustia?
Tantos padres han perdido ya uno o varios de sus pequeños, antes de que hayan podido crecer, hijos que esperaban hubieran podido ir hasta el final de su escolaridad, que hubieran podido convertirse en personas liberadas de la miseria.

Aplastados por demasiadas desgracias, los padres se enfrentan a un terrible dilema: separarse de sus hijos para ofrecerles un futuro confiándolos a otros, o quedarse con ellos, consumidos por el miedo y la culpabilidad: “No tenemos nada que darle. ¿Qué dirá de nosotros más adelante?”
Todos esperan confiarlos únicamente por un tiempo limitado. Pero cuando, después de una lucha feroz, llegan días mejores y los papás buscan vovler a ver a sus hijos, ya no están ahí. “¿Cuándo podré volver a verle?” “Ahorita no, podrá volver cuando tenga 18 o 20 años”
Entre los niños adoptados, ¿cuántos crecen guardando lazos profundos con su familia de origen?”

Tantos papás están tan solos ahora mismo para enfrentarse a la falta de todo, que se sienten impotentes antes algunas corrientes internacionales que exigen que los trámites administrativos sean aligerados para acelerar los procedimientos de adopción. “La situación es demasiado grave, ¡salvemos a los niños!”.

Como lo ha señalado la UNICEF: estos grupos de presión ignoran los desafíos a los que se enfrentan los niños a los que se les han arrancado de sus raíces. También ignoran la vida real de las familias, lo que les lleva a decir a veces: “Con esos padres no se puede hacer nada… Intentemos al menos salvar a los hijos”. Escuchamos estas afirmaciones tanto en el Sur como en el Norte, incluso sin que haya habido ninguna catástrofe.

En Europa, familias asfixiadas por condiciones de vida imposibles reaccionaron con fuerza: En nuestros países también nos quitan a nuestros hijos. ¿Por qué piensan que van a estar mejor en otro lugar en vez de en nuestra casa? Muchos de estos padres y madres de familia conocieron este tipo de desarraigo siendo niños. Han querido por eso apoyar inmediatamente la valentía de aquellos padres de familia de Haití con el fin de impedir la destrucción de sus familias.

En los Estados Unidos de América, algunos padres que naufragaron después del huracán Katrina, fueron separados de sus adolescentes. Ellos también se comunicaron con las familias de Haití: “Resistid, ¡ánimo!, ¡Sabemos que van a seguir de pié y reconstruir su país! Queremos que los pobres sean escuchados como iguales, que se deje de pensar en su lugar… que no tengan que luchar todavía cuatro años como nosotros después de la catástrofe”.

Comprometerse para rechazar la miseria, en Haití y en todas partes, es comprometerse ahí donde estamos, para preservar y hacer reconocer la importancia crucial de los vínculos entre hijos y padres.

Protegiendo de esta manera la familia, “el elemento natural y fundamental de la sociedad”, contribuimos a rehacer un tejido social, político, cultural, espiritual, que ni las catástrofes naturales, ni la catástrofe humana de la exclusión podrán romper.

Eugen Brand
Delegado general

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